Jamie

-Alejaos de ella –una voz profunda llegó desde algún sitio sobre nuestras cabezas.

Todos miramos hacia arriba, y me saltó el corazón en el pecho cuando reconocí la silueta que se recortaba contra el cielo. Estaba en la Cocina del Infierno, ¿y no se me había ocurrido que podía rescatarme él? En mi mente un rayo iluminó su silueta desde detrás, todo musculoso y con dos pequeños cuernos sobre la cabeza. Estaba claro que, de los tres superhéroes famosos de Cocina del Infierno, él no hubiese sido mi primera elección, pero joder, en aquellas circunstancias le besaría los pies.

El superhéroe bajó del tejado con una serie de cabriolas y volteretas, hasta quedar frente a nosotros. Su traje rojo oscuro relució bajo la luz de la farola, y llevaba el bastón del mismo color firmemente asido en su mano. Dos D enormes se superponían bordadas en su pecho.
-No estamos haciendo nada, tío –repuso el más joven de los cinco- Sólo estamos hablando.
-¿Quieres hablar con ellos? –Creo que me preguntó a mí, porque no me miró en ningún momento. De cualquier manera, negué efusivamente con la cabeza.- Ya lo habéis visto, marchaos.

Durante un instante pareció que aquellos hombres iban a ofrecer algún tipo de resistencia violenta, pero aquel segundo eterno pasó, y poco a poco comenzaron a caminar en dirección contraria al superhéroe. A Daredevil. Cuando se perdieron al final de la calle, sentí que el aire volvía a mis pulmones, así que respiré una profunda bocanada, y sonreí, dispuesta a agradecerle su ayuda. Sin embargo, antes de poder proferir alguna palabra de agradecimiento, él me interrumpió:
-No deberías caminar sola por este barrio –hizo una pausa breve, y movió la cabeza en dirección a mi camiseta- y mucho menos vestida así.

Casi me pareció ver una mueca de disgusto en su boca. Recordé que Daredevil había buscado activamente que Punisher acabara con sus huesos en la cárcel. Claro, por eso nunca me había caído bien. Sin embargo, sonreí de nuevo.
-Lo siento, no era mi intención. O sea, a ver –agité las manos, intentando poner mis pensamientos en orden- tú eres Daredevil, ¿no?

El superhéroe no respondió, se limitó a cruzarse de brazos.
-Vale, tienes que ayudarme. Tú conoces a otros superhéroes, conoces a Luke Cage, es vecino de por aquí ¿verdad? Y a Lobezno…
-Lo siento, no puedo ayudarte –Daredevil dio media vuelta, dispuesto a marcharse.
-¡Espera! No, no soy una fan. O sea, soy una fan, pero no estoy aquí por autógrafos. Tienes que creerme, ¿no se supone que puedes leer las mentiras?

El superhéroe se detuvo.
-Mira, sé que suena de locos, pero ¿no te has fijado en que estos días la ciudad está más tranquila? No hay malos, no hay villanos, ¿y sabes por qué? Están todos en mi mundo. En mi universo. Se han ido todos bajo el mando de Victor von Doom.

Vi que el superhéroe estaba a punto de irse, pero se detuvo súbitamente. Se aproximó más a mí, e instintivamente retrocedí un paso, alerta.
-¿Quién te ha hecho eso? –Preguntó de pronto, señalándome.

No fue hasta que me eché un vistazo que no me di cuenta de lo mucho que me dolía todo. Tenía las piernas llenas de arañazos y moretones, contando uno tremendo a la altura del muslo que debí hacerme en mi huida hacia el portal. La coleta que me había hecho por la mañana a estas alturas caía sin vida y despeinada sobre mis hombros, y mis muñecas presentaban laceraciones a causa de las bridas con las que me habían atado. En mi mejilla todavía sentía la enorme tirita que tapaba el arañazo de Dientes de Sable. Eso sin contar con toda la suciedad y polvo que se había adherido a mi ropa y cuerpo. En resumen, estaba hecha una mierda. Y Daredevil se daba cuenta ahora.
-Dientes de Sable y Juggernault –dije yo con aplomo. Traté de no sonrojarme, sabía que sonaba a mentira, a que me lo había inventado para llamar la atención, y precisamente aquello era lo que me avergonzaba más. Pero ¡joder! Era la verdad. Tenía que sonar convincente por narices.

Daredevil miró en mi dirección durante unos minutos que se me antojaron eternos. Pensé en mis amigos, en el geriátrico. Les imaginé recibiendo una brutal paliza por parte de cualquier supervillano y sentí que se me formaba un nudo enorme en la garganta. Me mordí el labio. Por favor, tienes que creerme.
-¿Dices que vienes de otro mundo? –Recapituló. Yo asentí efusivamente- Los problemas de otros universos los gestionan Los 4 Fantásticos.

Reprimí el impulso de soltar otro gritito. Aquella situación era tan y tan absurda. Era como conocer a los Beatles en mitad de la segunda Guerra Mundial. Era un completo despropósito. Casi sentí que podría volverme loca, por un lado estaba increíblemente preocupada por mi mundo y mi gente, probablemente estarían muriendo en aquel mismo instante. Pero por otro estaba en el puto mundo de mis sueños, había fantaseado tantas veces con tener la oportunidad de conocer a mis héroes… si casi me meé encima de la emoción el día que me hice una foto con un tipo tremendamente parecido al actor de Thor.

Respiré hondo para organizar los pensamientos frenéticos de mi cabeza loca. Había sido enviada allí para salvar mi puto mundo, joder, no para hacer un álbum de autógrafos, ni para divertirme recorriendo Manhattan. Daredevil volvió a hacer ademán de volverse. No parecía gustarle estar parado en el mismo sitio tanto tiempo.
-¡Espera! –Exclamé, extendiendo las manos hacia él- Acudiré a Los 4 Fantásticos con mucho gusto, pero nada me garantiza que me vayan a atender, ni siquiera sé si podrían vencer a todos los malos que hay. Te lo juro, sé que Victor von Doom está detrás de todo esto. Si no han podido vencerle en todos estos años, ¿por qué iban a lograrlo cuando está al mando de un ejército de vuestras peores pesadillas?
-No puedo ayudarte más –repuso él. Tenía una voz bastante atractiva- tendrás que arreglártelas sola.

Dio un salto impresionante hacia la cornisa de un edificio. ¡Joder, no podía dejarme allí! Hasta encontrarme de nuevo con Deadpool hubiese sido más fructífero que aquello. Desesperada, miré a mi alrededor. Tenía una carta por jugar, aunque era una carta arriesgada. ¿La jugaría? ¿La…? Mientras titubeaba, el superhéroe desapareció de la vista saltando tras una escalera de emergencia.

Gruñí de rabia y pateé el muro de un edificio. Joder. Me llevé las manos a la cabeza, desesperada. Apreté los dedos entorno a mi cráneo, sintiendo cómo terminaba de despeinarme. Joder, no me había atrevido a hacerlo. Porque decirle que yo sabía que él era Matt Murdok hubiese sido… quizá me hubiese considerado una amenaza. Me senté sobre el suelo, con las rodillas encogidas hacia el pecho. Tuve que reprimir las ganas de llorar. No podía decirle que sabía que era Matt Murdok porque se suponía que no tendría que chantajear a un héroe para que me ayudase.

Lloré largo rato, y después debí quedarme dormida, porque lo siguiente que recuerdo fue a un tipo afroamericano cogiéndome de un hombro y agitándome. Grité al verle a tan pocos centímetros de mi cara, y él gritó a su vez, sorprendido por mi reacción. Iba vestido con un mono vaquero y una camiseta vieja, y mientras se incorporaba, se giró hacia otra persona.
-¡Está viva! –Exclamó a alguien que salía de mi campo de visión. Después, se volvió hacia mí- ¿Estás bien, chica?

Asentí, mientras echaba un vistazo al cielo. Estaba amaneciendo, y los obreros más humildes salían de sus casas para dirigirse al trabajo. Algunos se quedaron mirándome mientras me levantaba a duras penas, apoyada contra la pared. Puedo decir con absoluta seguridad que no había un solo músculo de mi cuerpo que no me doliera. Hice una mueca al ponerme en pie.
-¿Qué te ha pasado? –Preguntó otro hombre, mientras se aproximaba.
-Me… me he perdido –repuse, mientras me frotaba los brazos para entrar en calor.
-¿Te has perdido? Pero… ¿te han hecho algo? –El que me había despertado me miraba con serias muestras de preocupación. Debía pensar que me habían…
-No, no, no –negué efusivamente, esbozando una sonrisa avergonzada. Sin embargo, el movimiento con los brazos me arrancó un gemido de dolor, había sentido como un tirón en la espalda, un pinchazo. Una herida se me habría abierto. Me llevé una mano allí y noté un agujero en la camiseta. Claro, un trozo de madera de puerta se me había clavado al escapar. La astilla debía haberse perdido en la caída, pero la herida se había abierto al mover el brazo.
-Estás sangrando –el hombre me rodeó los hombros con el brazo y me empujó con él- te acompañaré a un hospital, ¿tienes seguro médico?
-No… -repuse. No en este universo, al menos. Cada vez había más gente mirándome, así que me deshice del abrazo de aquel señor tan agradable- de verdad, no me pasa nada. Es una herida sin importancia. Tengo que irme…
-¿No vas a ir al hospital? –Una señorona negra de senos excesivos y vestida con bata acababa de asomarse a una ventana del primer piso, atraída por el pequeño revuelo. Negué con la cabeza, forzando el cuello para verla. La mujer dio un silbido que nos arrancó una exclamación de sorpresa, y luego hizo un gesto con el brazo. Un camión repartidor de periódicos se detuvo- ¡Phil! –Gritó la señora- ¡Haz el favor de llevar a esta muchacha a donde vaya!
-¡Estoy en mitad del reparto! –Exclamó el conductor, asomándose a la ventilla. Quise que me tragara la tierra.
-¡Como no lleves a esta pobrecita a su casa bajaré y te patearé ese culo blanco que tienes!

El hombre hizo un gesto obsceno con la mano y luego me miró. Le esbocé una sonrisa incómoda.
-Anda, entra.
-Gracias –murmuré. Después, me volví hacia todos los que me habían atendido- Gracias a todos.

El interior del camión olía a cigarrillo y a ambientador de pino caducado. Una vez me abroché el cinturón de seguridad, el tipo abrió la guantera y me tendió un paquete de toallitas húmedas. Me ayudó a aplicarme una en la herida para que dejara de sangrar, y, de paso, no mancharle la tapicería. Me miré en el espejo retrovisor. Realmente ofrecía un aspecto lamentable. Me rehice la coleta peinándome con los dedos y comencé a frotarme la cara con las toallitas, tratando de borrar mi expresión de cansancio intenso.
-Dime, niña ¿cómo te llamas? –preguntó Phil mientras detenía el camión. Escuché al chico que iba detrás descargar un paquete sobre el asfalto.
-Jay –respondí, mientras arrugaba una toallita completamente negra y me la metía en el bolsillo.- Muchas gracias por llevarme.
-Bah, no nos cuesta nada, ¿verdad, Ed? –El conductor arrancó cuando escuchó los dos golpes característicos en la parte trasera que indicaban que podían marchar.

Lo que opinara Ed poco importaba, pues no le dio opción de contestar cuando comenzó a proferir improperios hacia otros madrugadores que habían cogido el coche aún medio dormidos. Al cabo de media hora hicimos una parada larga en un café, y Phil insistió en invitarme a algo de comer. No me di cuenta de lo realmente hambrienta que estaba hasta que olí los gofres con chocolate que servía la camarera. Devoré todo lo que me pusieron delante y después fui al baño a terminar de asearme. Me revisé en el espejo y me aseguré de que la herida de la espalda no era grave, y cicatrizaría sola si no le daba mucha guerra. Me lavé los brazos con agua y jabón y salí cuando escuché el pitido de la freidora avisando de que las patatas fritas ya estaban listas. Cuarenta y cinco minutos más tarde estábamos de vuelta a la frenética Manhattan, con rótulos luminosos y cientos de personas caminando por las aceras.

Los edificios eran increíblemente altos, tanto que pensé que me dislocaría el cuello si continuaba mirándolos de aquella manera, con el ansia y el morbo de un pervertido oculto tras un seto. Me sentí atraída inmediatamente por la luz, el movimiento, la altura. La sensación de ser una hormiga en una ciudad de gigantes. Y creí que el día había empezado bien cuando de pronto vi lo que realmente haría de mi día uno perfecto. La torre Stark. Le pedí a Phil que me dejara allí mismo, después de darles las gracias cientos de veces, y corrí hacia aquella inmensa torre con una S gigante coronándola. Era increíble. La torre Stark. ¿Y si estaban allí los Vengadores? Troté sorteando gente, con el corazón increíblemente animado, hasta que llegué a las puertas giratorias que me garantizarían la entrada a la recepción.

Me detuve frente a ellas unos segundos, admirando la arquitectura desde fuera, y después me armé de valor y empujé uno de los cristales para entrar. Al hacerlo, se me quitó el aliento. Traté de hacer memoria, ¿el edificio entero era para Tony Stark o se trataba de un montón de oficinas y él sólo vivía arriba del todo? Espera ¿vivía allí o sólo era la base de los Vengadores? ¿Estaríamos en la época de los Nuevos Vengadores? ¿Ya habría pasado la invasión Skrull?

Mientras pensaba, un hombre alto y fornido vestido con traje salió frente a mí.
-Identificación –me pidió. Llevaba la cabeza rapada y un pinganillo rizado le trepaba por la oreja.

Me quedé con la boca abierta. No podía creer que no se me hubiese ocurrido consultar las medidas de seguridad. Sentí que mi mente, literalmente colapsaría si aquel matón me impedía pedirles ayuda a los Vengadores. En serio, se avecinaba un ataque de histeria como los había sentido pocos.
-No… no tengo… -murmuré. No veía los ojos de aquel hombre a través de sus gafas de sol opacas, pero le imaginé poniendo los ojos en blanco.
-¿Tiene alguna invitación o pase?
-No… pero escuche, tengo que hablar con Tony Stark.
-Sí, todas queréis hablar con el señor Stark –dijo él con voz hastiada, mientras comenzaba a empujarme hacia la salida.
-No, no lo entiende, yo… yo tengo una cita con él –repuse. Otra vez el calor en las mejillas. El guardia se detuvo y me miró de arriba abajo, mientras yo trataba de poner cara de mujer con la que se acostaría Ironman. Había intentado arreglarme en el café, pero no tenía mucho con lo que trabajar.
-Si tiene una cita con el señor Stark debe mostrarme su pase –insistió el hombre, obviamente sin creerse mi estúpida excusa.

Me quedé quieta unos instantes, mientras buscaba un pase inexistente en mi bolsillo. Noté el papel de periódico que había guardado la noche anterior, y, tensa, pensé que sacarlo jugaría en mi contra. Tenía que formular un plan si quería pasar los controles de seguridad. Miré al guardia, que se había cruzado de brazos, y repentinamente eché a correr hacia los ascensores. Si me había funcionado una vez, ¿por qué no dos? Vi cómo se abría una puerta oportunamente mientras corría hacia ella, pero la mano de gorila de aquel tipo me cogió el cuello de la camiseta, y después el otro brazo me rodeó la cintura. Me levantó en el aire y me giró, mientras me llevaba hacia la puerta.
-¡No! –Grité. No podía dejar que me echaran, tenía que hablar con los Vengadores. Mi mundo, mis amigos…-¡Por favor, tienes que dejarme! ¡Tengo que hablar con ellos! ¡Están matando a mis amigos!

Grité mientras pataleaba e intentaba hacer que aquel gorila me soltara. La puerta de entrada cada vez estaba más cerca, y mi desesperación era cada vez más intensa.
-¡Tony! –Grité hacia los ascensores. Todos los presentes en el hall se habían detenido a mirarme- ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Suéltame, por favor!

El tipo abrió una pequeña puerta al lado de la puerta giratoria y me arrojó a la calle, cerrando inmediatamente después. Me golpeé la cadera contra el suelo, pero no me importó. Sollocé, desesperada, sobre la acera, mientras miles de pies me sorteaban para continuar su camino. Joder, me habían enviado a mí, Mark había confiado en mí, había confiado en que yo sabría arreglármelas en aquel mundo, y le había fallado. Quizá a aquellas alturas ya estaba muerto. Quizá ya habían exterminado a todo mi pueblo, a todo mi estado. Lloré, desesperada. Lo siento, Mark. Lo siento, chicos…

Vi que alguien se arrodillaba frente a mí. Vete al cuerno. Déjame llorar tranquila en medio de la calle.
-¿Te has hecho daño? –Era un hombre. Tenía una voz masculina y grave, pero muy dulce. Levanté la vista a regañadientes. Era un tipo joven, de no más de treinta años, con el cabello rubio y corto, y muy guapo. Iba vestido con unos vaqueros, una camiseta azul pálido y una sudadera por encima. Por los brazos que sobresalían de la sudadera arremangada, se podía decir que estaba fuertecito (fuertecito como eufemismo a súpercachas).

Presa de la más absoluta desolación, sollocé y asentí con la cabeza. El chico hizo un chasquido de disgusto con la lengua y me ayudó a levantarme. Me apoyé en él, reprimiendo las ganas de abrazarle. Era alto, mucho más alto que yo, incluso más alto que Mark, pero con una constitución parecida. Que me recordara a él me hizo sentir más ganas de llorar. Reprimí el impulso de abrazar a aquel desconocido y llorar sobre sus musculosos pectorales. El chico me puso una mano en la espalda y me acompañó a un banco para que me sentara. Sacó un botellín de agua del bolsillo de la sudadera y me lo tendió. Mientras bebía patéticamente de él entre sollozos, el hombre se sobresaltó.
-Estás sangrando –dijo, mirándose la mano que me había puesto a la espalda. Tenía las yemas de los dedos manchadas de sangre. Me hizo inclinarme hacia adelante, pero yo me resistí, mientras me secaba las lágrimas con el reverso de la mano.
-Tranquilo, no es nada. –Respondí, sorbiéndome los mocos hacia adentro.

A los pocos segundos se nos aproximaron un par de tipos trajeados. Iban vestidos de negro y llevaban un pinganillo en la oreja. Se parecían bastante al portero que me había echado antes, pero mucho más disciplinados. Parecían letales, en lugar de simples gorilas. Se aproximaron discretamente desde detrás, y uno de ellos se inclinó sobre la oreja del chico. Pude ver que me miraba de reojo, como con desconfianza.
-Señor, llega tarde –le murmuró. Él asintió.
-¿Quieres que te lleve a un hospital o que llame a alguien? –Me preguntó el hombre, mientras se levantaba. Moví la cabeza de un lado a otro, completamente desconcertada. ¿Quién era ese tío? ¿Un famoso? Le escudriñé el rostro. Tenía una apariencia varonil y atractiva, como de otra época. Sus ojos azules centellearon bajo la luz del sol.
-Capi… -murmuré. Los agentes que le acompañaban se volvieron hacia mí.
-Vámonos, señor –le instigaron. El chico comenzó a caminar, mirándome aún por encima de su hombro.
-¡Espera! –Exclamé. Joder, ¿cuántas veces le había pedido tiempo a un superhéroe en las últimas veinticuatro horas?- ¡Sí que necesito ayuda! ¡Es Cráneo Rojo!

Vi que el Capitán América hacía ademán de detenerse, mientras me miraba. Aquella cara, aquel cuerpo, se dirigían a la entrada de la torre Stark… no podía ser otro. Me levanté del banco y avancé rápidamente hacia él. Los agentes le empujaron suavemente por los hombros para que me ignorara y continuara caminando.
No, joder, no podía perderle. No otra vez. Joder, joder. Me llevé una mano a la frente, hasta que una frase salió de mi boca, como una invocación, sin darme tiempo ni a pensarla.
-Sé lo que le pasó a Bucky en la base de Zemo.

El chico se detuvo súbitamente, haciendo detenerse a los dos agentes que le acompañaban. Se volvió hacia mí con una expresión indescifrable.
-Necesito ayuda –murmuré, mientras me acercaba a él lentamente- por favor, déjame ir contigo dentro.

Los dos agentes que le custodiaban le miraron, mientras él y yo hacíamos una especie de concurso de sostener miradas. Tragué saliva, pero aquel fue el único movimiento que me permití realizar. Tenía miedo de pestañear una sola vez fuera de lugar, y que todo se fuera al traste. Él me observaba a su vez, con el ceño ligeramente fruncido. Tenía un hoyuelo en la barbilla en el que me dieron ganas de meter el dedo meñique. Después, recordé a Mark dándome una colleja por hacerle algo así a su superior durante unas maniobras, y me tembló la barbilla. Por favor, tienes que creerme. Tú sí, Capi, tú sí. Por favor...

El hombre me miró durante algunos minutos, hasta que se giró e hizo un gesto con la cabeza.

-Que venga con nosotros.