Jamie

Deadpool y yo habíamos retrocedido sobre nuestros pasos, buscando la mejor manera de entrar en la residencia. La parte trasera era mucho más grande que las laterales, y por tanto tenía más y mejores habitaciones, con más y más grandes ventanas desde las cuales podrían vernos, así que le sugerí que lo mejor sería hacer una incursión por el muro lateral. Además, de niña había encontrado un par de piedras sueltas por las que podía pasar, y si conseguíamos desprender algunas más, quizá el enorme canadiense y yo podríamos colarnos por allí sin necesidad de ser vistos trepando por el muro.

Sin embargo, el móvil en el bolsillo comenzó a vibrarme antes de llegar a nuestro objetivo. Sobresaltada, lo saqué rápidamente, dando gracias por haberlo puesto en modo silencio, y luego se me detuvo el corazón al ver que quien me llamaba era Ethan. Ethan. Ethan nunca me había llamado antes, lo poco que hablábamos a través del móvil era por whatsapp, casi siempre nos encontrábamos y basta. Si me llamaba por teléfono es que había pasado algo grave.

Descolgué rápidamente, llevándome el móvil a la oreja al tiempo que le hacía señas a Deadpool para que se detuviera. Sin embargo, el hombre continuó su camino, localizando rápidamente las piedras sueltas del muro de las que le había hablado y comenzaba a sacarlas mientras canturreaba canciones Pop de los noventa.
-¿Sí? –Respondí con voz queda.
-¿Jamie? –la voz de Ethan me respondió al otro lado.
-¿Ethan? ¿Dónde estás? ¿Qué pasa? -Me sorprendió que me llamara Jamie, cuando todos se limitaban al somero "Jay", pero no le di importancia. Estaban sucediendo cosas más urgentes.
-Jamie, tienes que venir rápido.
-¿Por qué? ¿Qué pasa? –Sentí que se me congelaba la sangre en las venas. Si Ethan necesitaba mi ayuda ¡mi ayuda! Es que realmente algo grave estaba sucediendo- ¿Dónde estás?
-Estoy en la residencia. Tienes que venir, Jamie –me apremió, con voz suplicante.

Una náusea conocida me trepó por la garganta. Oh, dios mío.
-¿Qué ha pasado? ¿Estáis bien?
-No, Mark está herido. Tienes que venir ya.
-¿Y los malos?
-Los malos están todos reunidos en el comedor, el resto está vacío. Tienes que venir rápido y en silencio, te iré a buscar al patio trasero, ¿dónde estás tú?
-En el patio lateral. Voy corriendo –colgué rápidamente e hice a un lado a Deadpool, tratando de contener las lágrimas de pánico y frustración que me pendían de los ojos.

Arranqué algunas piedras sueltas con las manos antes de hacer un agujero lo suficientemente grande como para deslizarme a través. El superhéroe me miraba con expresión extraña, imposible de desentrañar, mientras yo trabajaba.
-¿Tus amigos? –Me preguntó, al fin, mientras me veía deslizarme.
-Sí, uno de ellos está herido –respondí, con la voz quebrada por el llanto y el esfuerzo.
-Entonces deberías ir.
-¡Eso estoy haciendo! –Exclamé en voz más alta de lo que pretendía.

Sollocé ligeramente mientras terminaba de pasar al otro lado. Ni siquiera me fijé en si me seguía, mientras corría rápidamente hacia la parte trasera de la residencia. Cuando llegué, Ethan me esperaba allí.
-¡Ethan! –Exclamé, mientras apretaba el paso en mi carrera. Él se giró y me estrechó entre sus brazos- ¿qué ha pasado? ¿Y Mark?

El chico sonrió levemente, y sus ojos relampaguearon con una tonalidad amarillenta. Ante mis ojos, el cabello castaño y corto de Ethan dejó paso a una melena roja como el fuego, y la piel de mi amigo se tornó azulada. Separé mi abrazo rápidamente, mientras Ethan dejaba de ser Ethan y se convertía en Mística. Retrocedí, pero unas manos gigantes de uñas afiladas se posaron sobre mis hombros. Me sentí desfallecer.
-Hola, conejito –susurró una voz grave a mi oído.

Sentí que me fallaban las rodillas, pero aquellas manos enormes me sujetaban fuertemente por los hombros, impidiéndome caer.
Quise abrir la boca para decir algo, pero antes de que ningún sonido articulado pudiera salir de mi boca, Dientes de Sable me levantó en volandas y me puso sobre su hombro, como si fuera un saco de patatas. No tuve reflejos ni fuerza suficiente para resistirme antes de que Mística me atara las muñecas con una brida de plástico, que me pellizcaba la piel. No se molestó en amordazarme ¿para qué? ¿A quién iba a pedir auxilio? ¿A Bullseye? ¿A Pyros?

Los mutantes comenzaron a caminar hacia la salida trasera de la residencia, por la que entramos. No recuerdo bien aquel camino, fue como un sueño. Las manos de Dientes de sable me sujetaban las rodillas, mientras las mías propias se movían rítmicamente contra su espalda. De vez en cuando veía que Mística revisaba que no había perdido el conocimiento, y luego retomaba la marcha frente a mí. Recorrimos unos cuantos pasillos y subimos unas cuantas escaleras hasta llegar a una amplia habitación, donde sólo había un montón de cajas apiladas, unas estanterías de metal con herramientas oxidadas y muchos, muchos muebles amontonados contra las paredes, cubiertos por sábanas polvorientas. Una anticuada televisión en una esquina me hizo comprender que se trataba de una de esas salas de esparcimiento donde los ancianos se peleaban por el control remoto de la tele.

Finalmente Dientes de Sable me dejó caer sobre el suelo, tan delicadamente como la última vez, haciendo que la parte posterior de mi cabeza golpeara contra los azulejos. Parpadeé, adolorida, para darme cuenta de que a mi lado había alguien más. Ethan. Le reconocí a pesar de la cara hinchada. Mis ojos volvieron a llenarse de lágrimas. Dios mío, Ethan. Quise moverme para abrazarle, consolarle, decirle que todo iba a salir bien. Pero mi propio miedo me paralizó.
-Hijos de puta –siseé, sollozando.

Escuché una puerta a mi espalda, y unos pasos. Me volví y aquel miedo terrible resurgió en mí con más fuerza. Era Bullseye, que se acercaba masticando lo que parecían los restos de un bocadillo. Nos echó una mirada a mí y a Ethan, y yo desvié los ojos, intentando no establecer contacto visual con él.
-Me gusta su camiseta. –Repuso, con una voz extrañamente aguda. Alarmada, me miré a mí misma. La puta camiseta de Punisher. Joder, Jamie. Siempre llevaba la camiseta más inoportuna con el peor malo posible.

El hombre se arrodilló junto a mí y extendió el dedo índice. Me pinchó con él varias veces, en el pecho, en el estómago, en el costado, mientras sonreía. No proferí sonido alguno, y tampoco le miré. Atemorizada, comencé a temblar como una hoja.
-Apuesto a que muchos morirían por coser a tiros tu camiseta.

Miré a Ethan, quien observaba la escena con aprensión, a pesar de que un ojo se le había hinchado tanto que no lo podía abrir. Sollocé de nuevo.
-Vaya, me parece que la he asustado –repuso Bullseye, mientras se incorporaba.
-¿Qué haces aquí? –Preguntó Dientes de Sable.
-Me han pedido que les eche un ojo.

Si Deadpool estuviese aquí, habría hecho un chiste buenísimo con esa frase, pensé.
-No es necesario. Están atados y me parece que ninguno de los dos está en posición de huir. –Repuso Mística, mientras comenzaba a caminar hacia la salida. Los dos hombres la siguieron.
-¿Qué ha dicho Doom?  -Preguntó Bullseye, mientras desenganchaba un dardo de una vieja diana que había colgada en la pared, y comenzaba a jugar con él entre los dedos.
-Que debe haber por fuerza uno más. Así que lo buscaremos.

Los tres personajes salieron por la puerta, y antes de cerrarla, Bullseye, sin mirar, lanzó el dardo. Me acertó en el pecho, justo en el centro de la calavera. Lancé un gritito de dolor, pero afortunadamente el dardo tenía la punta rota y sólo llegó a golpearme con fuerza. Sentí que me abría una pequeña herida, pero nada más que un rasguño. Después, me eché a llorar como una niña.