Mark

Me gustaría decir que fui como una de esas detectives de las series de televisión, capaces de mantener la sangre fría, rebuscar en mi memoria algunos datos sobre la infancia de Dientes de Sable y sacar a relucir sus trapos sucios para espantarle, ahuyentarle, humillarle, dejarle emocionalmente desarmado y alejarle de mí. Había leído X men Orígenes hacía relativamente poco tiempo, sabía que había sido una especie de psicópata desde la más tierna infancia, pero no pude concentrarme lo suficiente como para recordar nada preciso. Además, nunca había tenido claro si el que aparecía como villano en Lobezno: Orígenes era Dientes de Sable o no.
Los dibujos pasaban a toda velocidad tras mis párpados, pero fui incapaz de asirme a ninguno, y menos aún cuando puso una de sus enormes zarpas entorno a mi boca y comenzó a arrastrarme hacia la calzada que separaba las dos filas de casas que formaban la calle. Vociferé bajo su mano y debo confesar no sin vergüenza que me... meé encima. Para ser justos no me meé entera, sólo se me escapó un chorrito que no llegó a traspasar los pantalones. Pero eso os puede dar una idea de lo increíblemente acojonada que estaba.

Dios mío. Iba a morir a manos de Dientes de Sable. Mis pies patearon el suelo mientras me arrastraba como a una muñeca. Con rabia recordé que había pasado buena parte de la semana leyendo artículos feministas anti violaciones y anti ataques, pero aunque traté de recordar cualquier detalle que me ayudara, mi mente no podía visualizar nada que no fuera una enorme alarma roja gritando de terror. Intenté arrancarle la mano de mi boca para poder gritar, con todas mis fuerzas, pero me tenía fuertemente agarrada bajo los pómulos, como si fuera una especie de tenaza asida a mi cara. Así pues me limité a agitar los puños en el aire, tratando de acertar a alguna parte de su gigantesca anatomía.

Me estaba arrastrando por la calzada, llevándome a la acera contraria, cuando conseguí asir un mechón de su largo cabello y estiré de él como si en ello me fuera la vida. Él gruñó, deteniéndose, y cogiéndome con las dos manos me sacudió tan fuerte que pensé que me iba a romper el cuello. Después, me alzó hasta tenerme frente a él y con su otra manaza me cogió del pelo. Estiró fuertemente de él, arrancándome un grito de dolor, e hizo que le mirara a los ojos. Los tenía completamente marrones, sin una pizca de blanco alrededor del iris. Podía notar su aliento con olor a alcohol en mi cara, y su respiración agitada me puso todo el vello de punta. Todo su cuerpo olía a animal, a almizcle, a rabia y brutalidad. Después se inclinó hacia delante, haciendo que se me erizara la piel de la nuca al sentir su respiración profunda tras mi oreja.
-Voy a hacer que grites –murmuró en mi oído.

Cerré los ojos, ahora sí. Pensando que perdería la consciencia de un momento a otro, me pregunté si en la casa donde me asesinara brutalmente escribiría "Feliz Cumpleaños" como mensaje para Lobezno. O si simplemente, abandonaría allí mi cuerpo mutilado, y nadie sabría nunca quién había cometido aquel terrible crimen.
Y cuando pensaba que estaba todo perdido, que en cualquier momento clavaría una de sus afiladas garras en mis entrañas, o algo peor, un sonido vibrante rompió el silencio de la noche. Un disparo. Dientes de Sable soltó un gruñido de sorpresa y dolor, y antes de que pudiera volverse, otro disparo resonó por toda la calle, haciendo saltar las alarmas de algunos coches.

Esta vez sí pude ver cómo una bala le atravesaba el hombro. Me dejó caer al suelo sin ningún cuidado y se volvió hacia su atacante, lanzando otro gruñido gutural. Me raspé las palmas de las manos contra el asfalto, pero mis piernas se negaron a reaccionar ante el impulso de huir. Tumbada boca abajo escuché un tercer disparo, y, volviéndome, pude ver cómo donde antes había estado la cabeza de mi atacante ahora sólo había un amasijo de carne sanguinolento. Sólo tardó un segundo en caer al suelo, pero a mis ojos sucedió como a cámara lenta, y aun cuando el sonido que hizo al caer como un peso muerto resonó en el interior de mi cabeza, no pude reaccionar. 

Acto seguido, unos pasos corrieron hacia mí. Mi mente tardó en reconocer a quien se estaba inclinando para ayudarme. Mark. Era Mark. Mi amigo, mi amado Mark. Quise llorar de felicidad, de terror, darle las gracias desde lo más profundo de mi ser, decirle cuánto le quería y todo el miedo que había pasado. Pero cuando abrí la boca mi felicidad no vino acompañada por palabras, sino por el espeso vómito de todo lo que había cenado. Vomité sobre el asfalto, prácticamente tumada en él. El chico, arrodillado junto a mí, me retiró el pelo de la frente con una mano, mientras me ponía el muñón de la otra entre los hombros. Observaba, con el ceño fruncido de inquietud, al cadáver que había dejado en el suelo. Después, echó un vistazo al resto de casas de la calle. Debía haber mucha gente de vacaciones, porque nadie encendió una sola luz.

Cuando mi estómago dejó de contraerse en dolorosas arcadas, me cogió de debajo de los brazos y me levantó, casi en vilo, obligándome a comenzar a caminar.
-¿Estás herida? –Me preguntó con gesto serio. Iba vestido como la última vez que nos habíamos visto, con aquel uniforme militar que tanto odiaba.
-Nnno –respondí, tratando de seguirle el paso con mis piernas torpes y temblorosas. Cogí los pedazos de lo que había sido una de mis camisetas favoritas y los junté, como si me abrigara bajo una bata. Sentí las lágrimas haciendo fuerza para salir de mis ojos, pero por alguna razón las contuve, al menos por un rato.
-Tenemos que alejarnos lo máximo posible de aquí –musitó, mirando otra vez hacia el cadáver.
-¿Y la policía? –Pregunté, sin atreverme a mirar  al supuesto Dientes de Sable.
-No. En poco tiempo ese tío volverá a levantarse y nos hará pedazos –respondió Mark, conduciéndome hacia lo que reconocí como su coche, un enorme vehículo 4x4 más parecido a un jeep militar que a un turismo.

Entramos al interior del coche rápidamente y el chico arrancó sin mucho miramiento, sin maniobrar para salir de la acera, se llevó por delante un cubo de basura y huimos calle abajo, en dirección contraria al cadáver casi decapitado que dejaba un enorme charco de sangre como todo rastro de lucha.
Respiré profundamente un par de veces, con el cuerpo todavía tembloroso. Sentía tanta adrenalina en las venas que podría haber corrido una maratón en aquel mismo instante. Si no fuera por las piernas de mantequilla, claro.
-¿Cómo que se levantará otra vez? -Repuse, una vez asimilé lo que acababa de decirme- Le has reventado la… 
-Coño, Jamie pareces tonta. Era el puto Dientes de Sable, ¿no? Tiene factor regenerativo.

Me tembló la barbilla anticipando un llanto desconsolado, y vi que Mark me miraba por el rabillo del ojo y tensaba los labios. Sabía que no debía haberme hablado con tanta rudeza, no después de lo que había pasado, pero él estaba acostumbrado a tratar con militares expertos y a dejarse las sutilezas y las medias tintas en casa. Aun así, una lágrima aventurera se abrió paso humedeciendo la suciedad de mis mejillas.
-Joder -masculló- lo que quiero decir... se regenera...

Sollocé de desesperación. ¿Qué cojones estaba diciendo? Él se había marchado del pueblo antes de que todos aquellos absurdos acontecimientos empezaran, ¿y estaba dando crédito a las absurdas teorías de Hoydt? Vale que el tío parecía jodidamente real, pero con un poco de maquillaje de cine… Sacudí la cabeza. Durante la última media hora no había dudado en ningún momento de que fuera realmente el personaje del cómic, pero ahora, poniendo quilómetros entre nosotros, la idea cada vez parecía más ridícula. Ahora comprendía lo estúpido que debía sentirse Jason cuando afirmaba sin dudar que había sido el mismo Bullseye quien le había disparado.
-Mark, no seas gilipollas –traté de que mi voz sonara convincente, a pesar de mis lágrimas. El chico no dejaba de lanzar miradas hacia el espejo retrovisor- no me digas que te crees que son personas reales.
-Mira, yo no sé qué coño son, sólo te digo que son de verdad. Con poderes incluidos. Tú no sabes lo que se cuece ahora mismo dentro del ejército, ¿vale? Han llegado documentos de todas partes certificando hechos completamente insólitos, y todos encajan con el perfil que representan. Pyros, Bullseye, el Hombre de Arena, Juggernaut, Ryno, y ahora Dientes de Sable, todos ellos han estado actuando
-¿Pyros y Ryno también? –Pregunté. Casi tenía ganas de echarme a reír. Casi.

El pequeño muñeco de un Jawa que colgaba del espejo retrovisor danzaba frenéticamente de un lado a otro, mientras Mark daba volantazos para esquivar transeúntes y coches aparcados en doble fila. De vez en cuando maldecía, echaba un vistazo al retrovisor, y luego me miraba, como certificando que estuviese bien.

Al principio estaba demasiado asustada para darme cuenta de dónde me estaba llevando, pero de pronto reconocí la calle y vi la fachada del edificio donde vivían Jane y Hoydt. Antes de que le pudiera preguntar qué estábamos haciendo allí, Mark aparcó en el primer hueco libre que encontró y casi me sacó a rastras del coche. Al llegar a la entrada, llamó frenéticamente al portero automático.
-¿Qué cojones pasa? –Escuchamos la voz distorsionada de Hoydt.
-Hoydt, abre ahora mismo. Jay está herida.
-No estoy… -quise replicar, pero el sonido de la puerta automática enmudeció mis palabras y Mark me cogió fuertemente del brazo hasta meterme dentro.

Se trataba de un complejo de varias fincas que había dentro del pueblo. Era de nueva construcción y contaba con toda clase de lujos como un gimnasio, un parque infantil, una piscina y una pista de padel. Jane y Hoydt se habían mudado allí con la intención de criar a su futura progenie en un ambiente familiar lejos de las aburridas afueras, con sus casas unifamiliares y sus familias con monovolúmenes. Corrimos a través del parque hasta llegar al portal, pero una segunda puerta nos salió al paso. Sin embargo, no tuvimos que llamar de nuevo al telefonillo, pues nos abrieron inmediatamente.

En el ascensor no intercambiamos palabra, y al llegar, Jane nos esperaba con la puerta abierta, en camisón y bata, y se echó a un lado para dejarnos pasar. Mark me obligó a sentarme en una de las sillas del salón, mientras Hoydt apartaba a las perras, que brincaban, contentas, para saludarnos.

Debía tener peor cara de la que pensaba, pues el matrimonio enmudeció al verme. Avergonzada, me sequé las lágrimas con el reverso de la mano.
-Dientes de Sable –aclaró Mark, antes de que ninguno tuviera tiempo de preguntar. Hoydt y Jane le miraron, desconcertados.
-¿Qué? –Preguntó Hoydt con un hilo de voz, pero Jane no dejó que Mark contestara.
-¿Qué haces tú aquí?

Con un respingo, miré a Mark y de pronto caí en la cuenta. Se suponía que debía estar en Bagdad.
-Eso, ¿qué haces aquí?

Mientras, el veterinario abrió un cajón del mueble del salón y sacó una botellita de algo que no identifiqué y algunas gasas. De pronto me di cuenta de que la mejilla derecha me escocía una barbaridad, y tenía la palma de las manos en carne viva.
-Te voy a poner clorhexidina -me dijo suavemente, ajeno a la conversación de Jane y Mark- el alcohol irrita mucho.

Me pulverizó el medicamento en la herida y me lo limpió con un algodón, arrancándome una expresión de dolor. Escocía como su puta madre, y el algodón enrojeció de inmediato al contacto con mi sangre. Quizá Dientes de Sable me había arañado con una de sus largas y afiladas uñas al inmovilizarme. Me estremecí.
-Estaba en la base en la capital del estado –dijo el militar, sentándose también, como si de pronto estuviese muy cansado. Una de las perras le saltó sobre las rodillas, juguetona, pero él la empujó de nuevo hacia el suelo- llevo allí toda la semana. Hoy tenía que haber cogido el vuelo a Bagdad, pero las noticias no dejaban de llegar del pueblo. Que si el tiroteo, que si el atraco al banco, los asaltos nocturnos… recordé todo lo que Jane me había estado contando. Lo de Jason, y Bullseye. Y lo que me contó Calibán, ¿os lo dijo, que consiguió vender la residencia?

Asentimos en silencio, mientras Hoydt me ponía una tirita en la cara. Le mostré las palmas de las manos, también sangrantes, y suspiró.
-Bien, por lo que contó, se la vendió a un tipo clavadito a Octopus ¿no? –Sin esperar respuesta, se hurgó en el bolsillo del pantalón y sacó un papel arrugado. Lo abrió con algo de dificultad y lo dejó sobre la mesa. Era una foto de un tipo con el cabello cortado a tazón y…, vale se parecía razonablemente a Octopus- a este tipo. -Para enfatizar sus palabras, clavó el dedo índice en el centro de la fotografía- Este tipo interceptó uno de los camiones militares que salían del pueblo. Eso no ha salido en las noticias, porque en realidad no pasó a mayores, consiguieron reducirle en seguida; aunque escapó, pero no hubo heridos. Pero cuando me llegaron todos los informes del pueblo, las descripciones, las grabaciones… até cabos.

El militar se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa. Se tapó la cara con la mano, mientras el muñón del otro brazo le sostenía la frente, y luego nos miró. Respiró hondo antes de proseguir.
-Os lo creáis o no, los supervillanos de nuestros cómics están aquí. Y viven todos en la residencia de Calibán.