Jane

Afortunadamente, aquella noche habíamos quedado para cenar todos juntos y ver el capítulo piloto de Battlestar Galactica, pues Hoydt no dejaba de insistir para que comenzáramos a seguir la serie. Cenamos en la diminuta ratonera de éste último, un pisito de recién casados con dos habitaciones y muchas, muchas mascotas. Jane había salido a atender el parto de una de sus yeguas, así que, a sus espaldas, encargamos unas pizzas y nos parapetamos en torno a la mesa del comedor, aún con la imagen de aquel hombre en la cabeza. La ausencia de Mark en el asiento junto al mío se hacía dolorosa, aun con Ethan ocupando su lugar.

Muchas habían sido las teorías resultantes del encuentro de la tienda de cómics: una fiesta  de disfraces de supervillanos; una convención de la que no teníamos noticia; la grabación de unas escenas de la próxima película de Spiderman, o incluso una cámara oculta. Parecía que los demás habían desechado la idea, por absurda que fuera, de que fueran supervillanos de verdad. En realidad ni yo misma lo creía, pero la curiosidad se había abierto camino en mi mente, como un gusano en una manzana, y mi cerebro estaba lleno de pequeños agujeros por donde escapaban las teorías conspiratorias. Masticaba con parsimonia un trozo de pizza, mientras le daba vueltas a un pensamiento.
-¿No te dijo el doctor Octopus cómo se llamaba? –Pregunté- Si firmó papeles de venta y todo eso, debería haber dado alguna acreditación, ¿no?
-No, todo eso lo llevaba mi madre –respondió Calibán, mientras se limpiaba los restos de salsa de tomate de la boca con el reverso de la mano- yo sólo fui a mirar. Hizo un garabato como firma, y ya está. Ininteligible.
-¿Y no os dijo para qué quería la residencia? –Insistí, tamborileando los dedos sobre la mesa. Mi amigo negó con la cabeza.
-A lo mejor quería inaugurarla con una enorme fiesta de disfraces –sugirió Hoydt, a quien habíamos puesto al día inmediatamente de la situación.

Desarmada por aquella inteligente conclusión, asentí.
Tras dar buena cuenta de las pizzas, nos apretamos en el sofá para visualizar el famoso capítulo, de tres horas de duración, que alejó de mi mente toda teoría absurda sobre supervillanos. Al comenzar, los ojos de Hoydt brillaban como los de un niño, y a mí me pareció adorable que un adulto pudiera emocionarse tanto con una simple serie de ciencia ficción. Cuando la pantalla se fundió en negro para dar paso a los títulos de crédito, mis ojos no sólo brillaban como los de Candy Candy, sino que ya estaba haciendo planes para averiguar cuál de mis amigos podría ser un cylon infiltrado. Fue tan sumamente sublime que aquella noche me acosté habiendo tapado todos los agujeros de gusano de mi mente con batallas espaciales y malvados cyborgs futuristas.

Los días continuaron pasando. Quise llamar a Mark con la intención de obligarle a hacer un hueco en su apretada agenda para poder vernos antes de que se marchara, de verdad quería, pero el orgullo mantenía el móvil lejos de mi alcance, y el chat de mi Facebook, cerrado a cal y canto.
Así pues, no fue de extrañar que fuese Jane la que me diese la dolorosa noticia de que Mark había tenido que partir mucho antes de lo esperado. Me llamó por teléfono mientras yo jugaba a Pokémon, encerrada en mi cuarto dispuesta a refugiarme del sol en los momentos más calurosos del día. El móvil vibró sobre la mesa, y cuando lo cogí me sorprendió la voz angustiada de Jane. Me informó, como ya he dicho, de que Mark se había marchado.

Dejé caer la Nintendo al suelo, y después me senté sobre la cama, mordiéndome el labio inferior para evitar que en lugar de palabras, de mi boca salieran sollozos.
-¿Cómo que se ha ido? –Pregunté, cuando pude lograr que mi voz sonara lo suficientemente firme- Pero si tenía la semana entera.
-Por lo visto le necesitaban ya para hacer más papeleo allí. Ha salido esta mañana. Me ha pedido que os avisara a todos –murmuró ella. De fondo, el sonido de la televisión encendida dificultaba nuestra conversación.

Jane era la mejor amiga de Mark, sin contarme a mí. Desde que conocimos a Hoydt fuera de la pantalla del ordenador y nos invitó a cenar a su casa, Jane y Mark habían congeniado de maravilla. Tenían el mismo carácter fuerte que no dejaba lugar a réplicas ni respuestas fuera de tono; jamás le pedían nada a nadie, y desde luego no soportaban las medias tintas. Una respuesta suya en un momento malo podía dejarte congelado para toda la semana. Siempre hablábamos en broma sobre la posibilidad de que fueran hermanos separados al nacer. Así pues, no era de extrañar que aunque el sonido de fondo de su televisión me estuviera volviendo loca, no me atreviera a gritarle que BAJA LA PUTA TELE COÑO, como habría hecho con cualquier otra persona en aquella situación. Simplemente, me limité a murmurar.
-Jane, ¿podrías apagar la tele?
-Sí, es que estaba viendo las noticias. Parece que el pueblo se ha vuelto loco: primero lo del banco y ahora han disparado a un montón de gente en el centro comercial.
-¿Qué del banco? –Pregunté sin ganas. No tenía televisión en la residencia, así que era siempre la última en enterarme de todo.
-Ayer atracaron el banco, no puedo creer que no lo hayas oído. Hubo dos heridos y mataron al guardia de seguridad –respondió Jane, bajándole el volumen a la televisión. Se lo agradecí con un suspiro de alivio.
-¿Quién lo hizo?
-Nadie lo sabe; los testigos hablan de un hombre que entró en la caja fuerte a golpe de cabeza. Dicen que todos sufren una especie de síndrome del shock postraumático masivo o algo así.

Me limpié una lágrima aventurera que se me había escapado del lacrimal. ¿A quién quería engañar? Aunque el atraco al banco había sido lo más emocionante que había pasado en el pueblo desde que en los años setenta un toro bravo se escapara de un rancho, no me importaba lo más mínimo. Mark se había marchado, y ni siquiera había tenido el valor de decírmelo. Me dejé caer sobre la cama, y me tapé los ojos con una mano, mientras la otra continuaba sujetando el móvil contra mi oreja.
-Hoydt me dice que estoy paranoica, pero la verdad es que se me quitan las ganas de salir con tanto loco –continuó relatando Jane- ayer el banco, y hoy un loco se lía a tiros en el centro comercial. Lo peor de todo es que llegó, disparó y se marchó. Doce muertos, y para nada.
-Es normal que se preocupe por ti, especialmente ahora –respondí con un hilo de voz. “Por lo menos tienes a alguien que se preocupa por ti” añadí mentalmente. Hoydt jamás se iría a la guerra sin decírselo antes a Jane. Bueno, si de ella dependiera, preferiría asesinar a todos los miembros de Alqaeda con sus propias manos antes de dejar que Hoydt empuñase un arma. No es que ella fuese antibelicista, como yo, es que, simplemente le gustaba la violencia, y puestos a ejercerla, prefería ser ella quien lo hiciera.
-Pues me estoy muriendo del asco aquí metida.

Claro, recordé, Jane había dejado de trabajar. Temían que un caballo desbocado le diera una coz en el vientre y perdiera al bebé, y desde luego tampoco podía cabalgar. El rancho se lo había cedido a una de sus trabajadoras, Dolores, mientras durara su baja por maternidad.
-¿Quieres que vaya a hacerte compañía? –Le pregunté, deseando que respondiese que no. Sólo tenía ganas de hacerme un ovillo bajo las sábanas e ignorar al mundo. Ignorar al loco que había abierto una caja fuerte a cabezazos, y al sádico que había abierto fuego en un centro comercial lleno de gente inocente.

No pude evitar que se me escapara un sollozo.
-…¿Jay? –Preguntó Jane al otro lado- ¿Estás bien?
-Sí –respondí con voz ronca- sí, estoy bien.
-Llamaron a Mark a primera hora de la mañana. –Aclaró, adivinando mis pensamientos- No ha tenido tiempo de despedirse de nadie. De hecho a mí me ha avisado porque justo estaba hablando con él. Me he despertado temprano por… ya sabes, las náuseas. Tú no te preocupes, volverá tan rápido que ni nos daremos cuenta de que se ha marchado.

Asentí con la cabeza, y cuando recordé que no podía verme, mascullé una afirmación, seguida de una rápida despedida. Colgué el móvil y lo lancé lejos, escuchando inmediatamente después un estrépito lejano en alguna parte de la habitación, donde hubiese caído. Enterré la cara en la almohada y sollocé un rato. Después debí dormirme, pues me desperté en mitad de un sobresalto, y con el lado derecho de la cara cubierto de babas. Por las cortinas ya no entraba luz del sol, sino la luz artificial de las farolas de la calle, y mi teléfono sonaba desde algún lugar de mi habitación en penumbra.
Desorientada, me levanté a duras penas, pateando sin querer la consola que había dejado caer horas antes, ahora sin batería, y rebusqué en un oscuro rincón, donde calculé que había caído el móvil. Por fin vi la pantalla brillando y lo descolgué con dedos torpes, para llevármelo a la oreja.
-¿Mmmsí? –Pregunté con voz pastosa.
-¿Jamie? –Era Hoydt.

A tientas, busqué el interruptor de la luz y cuando la prendí, me cegó la intensidad de la bombilla. Adiós a mis retinas. Me senté sobre la cama, con las sienes latiéndome dolorosamente.
-Sí ¿qué pasa? –Mascullé, rascándome la cabeza.
-Han disparado a Jason.

Aquella afirmación me dejó desconcertada durante unos instantes. No lo entendí. Jason. Disparar. No, detrás de la palabra disparar no iba el nombre de Jason, sino el de Mark; era la consecuencia más lógica. Me quedé en silencio, tratando de asimilarlo todo.
-¿Qué? –Atiné a decir finalmente.
-Han disparado a Jason –repitió Hoydt, con voz compungida. Por si fuera poco, su afirmación vino acompañada de sonido de sirenas a su espalda, gritos y pasos apresurados. Estaba en un hospital, no cabía duda.
-Voy para allá –afirmé, tratando de levantarme. Tenía las piernas temblorosas, pero sospechaba que no se debía tan sólo a mis extraños horarios de sueño.
-¡No! –Exclamó Hoydt- Jay, no salgas de casa.
-¿Qué? ¿Por qué?
-Porque creen que el que le ha disparado ha sido el mismo tipo del centro comercial de esta mañana. Está por el barrio, Jay, no se te ocurra salir.
-Pero… -insistí, mientras dirigía una mirada angustiada hacia mi ventana. Yo vivía en la planta baja, y cualquiera que quisiera… me levanté y corrí las cortinas. Como si aquello sirviera de algo. Antes de que Hoydt pudiera replicar nada, escuché un forcejeo al otro lado del teléfono. Hoydt exclamó algo, ahora lejos del altavoz.
-Jay, ni puto caso. –Replicó Ethan, ahora dueño del móvil- Lo que tienes que hacer es coger un taxi e irte a casa de Hoydt y Jane. Ni se te ocurra irte andando, ¿vale? Que el taxista te recoja en la residencia y te deje en la puerta. Ve a su casa y cuidaos las dos.
-Vale –no me gustaba que me dieran órdenes, y mucho menos que me dejaran al margen. Pero me tranquilizaba saber que podría estar con Jane. No es que yo le fuera a servir de mucha ayuda en caso de necesidad, más bien al contrario, pero al menos no estaríamos solas.
-Y… Jay –añadió Ethan.
-¿Sí?
-…Cuando llegues, dile a Jane que te lo enseñe.
-¿Que me enseñe qué?
-El vídeo.

Se trataba de una grabación de las cámaras del centro comercial. En blanco y negro y con imagen borrosa, mostraba a un hombre enfundado en lo que parecía un traje de neopreno oscuro, con la mitad inferior del rostro al descubierto. Se veía a lo lejos cómo entraba en el interior del hall del centro comercial y de pronto disparaba al guardia de seguridad, quien se le había aproximado. De un disparo certero, le voló la cabeza. Yo me llevé las manos a la boca, mientras Jane apartaba la mirada.  Disparó varias veces, y siempre dio en el blanco antes de que la gente fuera consciente de lo que ocurría y comenzara a huir despavorida. Aquella grabación se había filtrado en los telediarios y ahora ocupaba la primera plana de todas las páginas de internet. Llevaba tantas reproducciones en el youtube que iba en camino de batir toda clase de récords, a pesar de que el gobierno estaba intentando eliminar el vídeo de la red, por respeto a las víctimas y a sus familias.
-¿Estaba Jason en el centro comercial? –Pregunté, tragando saliva para tratar de deshacer el nudo que se me había formado en la garganta.
-No, a él le han disparado hace unas pocas horas –respondió Jane, quien se había sentado en el sofá. Iba vestida con un cómodo camisón, pero su rostro parecía cansado y ceniciento. Su cabello rubio le caía lacio y algo despeinado sobre los hombros, y sus ojos azules miraban, sin mirar, sus manos apretando el borde del camisón.

Acababa de llegar a su casa, y los primeros rayos del sol de la mañana se filtraban por entre las persianas. Ya amanecía. Intercepté a la gata de Hoydt, que se disponía a pasar entre mis piernas, y la acaricié mientras me sentaba en el brazo del sofá.
-Estaba pillando maría detrás de un 24 horas, y por lo visto se le acercó el mismo tipo y disparó al camello. Jason intentó huir, pero también le alcanzó. –Relató Jane, con amargura.

Yo asentí. Era viernes por la noche, Jason se fumaba unos cuantos porros siempre que salía de fiesta, todos lo sabíamos. Era inofensivo hasta con eso, nunca le había hecho daño a nadie. La gata maulló en mis brazos y la dejé ir, mientras me limpiaba una lágrima. Joder, las malas noticias no dejaban de llegar. Me levanté de nuevo y volví a ver el vídeo, tratando de saltarme las partes en las que el cerebro de gente inocente volaba por los aires. La imagen estaba poco definida, y los fotogramas, lejanos y en plano picado, tampoco ayudaban mucho, pero había algo que no dejaba lugar a dudas: en mitad de aquel traje oscuro, en mitad de la frente de aquel maníaco, había una marca blanca, circular. Como una diana.
-Es por esto que Ethan quería que viera el vídeo, ¿verdad? –Musité- Porque este es el puto Bullseye.